lunes, 15 de octubre de 2012

Análisis del cuento "Pataruco"-Rómulo Gallegos


VOCABULARIO:

1. Pataruco: Dicho de un gallo: Que no es de raza pura ni bueno para la pelea.
2. Joropo: Música y danza popular venezolanas, de zapateo y diversas figuras, que se ha extendido a los países vecinos.
3. Pasaje: Tránsito o mutación hecha con arte, de una voz o de un tono a otro.
4. Vernáculo: Dicho especialmente del idioma o lengua: Doméstico, nativo, de nuestra casa o país.
5. Escobillao: Escobillado. En algunos bailes tradicionales, acción y efecto de escobillar.
6. Aragüeño: Perteneciente o relativo a este Estado de Venezuela.
7. Jadeantes: Que Respira anhelosamente por efecto de algún trabajo o ejercicio impetuoso.
8. Lascivos: Lujuriosos Apatía: Impasibilidad del ánimo.
9. Araguaney: Garrote hecho con la madera de este árbol.
10. Bregaba: Dicho de una persona: Luchar, reñir, forcejear con otra u otras
11.Bullanguero: Alborotador, amigo de bullangas.
12. Romería: Fiesta popular que con meriendas, bailes, etc., se celebra en el campo inmediato a alguna ermita o santuario el día de la festividad religiosa del lugar
13. Trajinar: Acarrear o llevar géneros de un lugar a otro.
14. Repechosas: Cuesta bastante pendiente y no larga.
15. Guamo: Árbol americano de la familia de las Mimosáceas, de ocho a diez metros de altura, con tronco delgado y liso, hojas alternas compuestas de hojuelas elípticas, y flores blanquecinas en espigas axilares, con vello sedoso. Su fruto es la guama, y se planta para dar sombra al café.
16. Crótalo: Serpiente venenosa de América, que tiene en el extremo de la cola unos anillos óseos, con los cuales hace al moverse cierto ruido particular.
17. Macaurel: Serpiente de Venezuela, no venenosa y parecida a la tragavenado, pero de menor tamaño.
18. Gañidos: Quejido de otros animales.
19. Báquiros: Mamífero paquidermo, cuyo aspecto es el de un jabato de seis meses, sin cola, con cerdas largas y fuertes, colmillos pequeños y una glándula en lo alto del lomo, de forma de ombligo, que segrega una sustancia fétida. Vive en los bosques de la América Meridional y su carne es apreciada.
20. Quemazón: Acción y efecto de quemar o quemarse.
21. Azares: Casualidades, caso fortuito.
22. Botijuela: Botija ocultada en un muro o en tierra con monedas de la época colonial.
23. Chivaterías: Engañar mediante picardías o artimañas.
24. Trillar: Quebrantar la mies tendida en la era, y separar el grano de la paja.
25. Depurado: Pulido, trabajado, elaborado cuidadosamente.
26. Agreste: Áspero, inculto o lleno de maleza. Rudo, tosco, grosero, falto de urbanidad.
27. Efímero: Pasajero, de corta duración.
28. Postre: A lo último, al fin.
29. Reminiscencia: Recuerdo vago e impreciso.
30. Mascarada: Festín o sarao de personas enmascaradas.
31. Blondo: Rubio
32. Fulminó: Mató o herió con ellos.
33. Conterráneo: Natural de la misma tierra que otra persona.
34. Instancias : Memoriales, solicitudes.
35. Faena: Trabajo corporal.
36. Bucare: Árbol americano de la familia de las Papilionáceas, de unos diez metros de altura, con espesa copa, hojas compuestas de hojuelas puntiagudas y truncadas en la base, y flores blancas. Sirve en Venezuela para defender contra el rigor del sol los plantíos de café y de cacao, dándoles sombra.
37. Monorrítmico: De un solo ritmo.
38.Fronda: Hoja de una planta.
39. Perenne: Continuo, incesante, que no tiene intermisión. Que vive más de dos años.
40. Impasible: Incapaz de padecer o sentir.
41. Chicheaban: Emitir repetidamente el sonido inarticulado de s y ch, por lo común para manifestar desaprobación o desagrado
42. Lubrico: Propenso a un vicio, y particularmente a la lujuria.
43. Inmisericorde: Dicho de una persona: Que no se compadece de nadie.
44.Pringoso: Que tiene pringue o está grasiento o pegajoso.
45.Inusitado: No usado, desacostumbrado.


Rómulo Gallegos

Pataruco era el mejor arpista de la Fila de Mariches. Nadie como él sabía puntear un joropo, ni nadie darle tan sabrosa cadencia al canto de un pasaje, ese canto lleno de melancolía de la música vernácula. Tocaba con sentimiento, compenetrado en el alma del aire que arrancaba a las cuerdas grasientas sus dedos virtuosos, retorciéndose en la jubilosa embriaguez del escobillao del golpe aragüeño, echando el rostro hacia atrás, con los ojos en blanco, como para sorberse toda la quejumbrosa lujuria del pasaje, vibrando en el espasmo musical de la cola, a cuyos acordes los bailadores jadeantes lanzaban gritos lascivos, que turbaban a las mujeres, pues era fama que los joropos de Pataruco, sobre todo cuando éste estaba medio «templao», bailados de la «madrugá p'abajo», le calentaban la sangre al más apático.
Por otra parte el Pataruco era un hombre completo y en donde él tocase no había temor de que a ningún maluco de la región se le antojase «acabar el joropo» cortándole las cuerdas al arpa, pues con un araguaney en las manos el indio era una notabilidad y había que ver cómo bregaba. Por estas razones, cuando en la época de la cosecha del café llegaban las bullangueras romerías de las escogedoras y las noches de la Fila comenzaban a alegrarse con el son de las guitarras y con el rumor de las «parrandas», al Pataruco no le alcanzaba el tiempo para tocar los joropos que «le salían» en los ranchos esparcidos en las haciendas del contorno.
Pero no había de llegar a viejo con el arpa al hombro, trajinando por las cuestas repechosas de la Fila, en la oscuridad de las noches llenas de consejas pavorizantes y cuya negrura duplicaban los altos y coposos guamos de los cafetales, poblados de siniestros rumores de crótalos, silbidos de macaureles y gañidos espeluznantes de váquiros sedientos que en la época de las quemazones bajaban de las montañas de Capaya, huyendo del fuego que invadiera sus laderas, y atravesaban las haciendas de la Fila, en manadas bravías en busca del agua escasa.
Azares propicios de la suerte o habilidades o virtudes del hombre, convirtiéronle, a la vuelta de no muchos años, en el hacendado más rico de Mariches. Para explicar el milagro salía a relucir en las bocas de algunos la manoseada patraña de la legendaria botijuela colmada de onzas enterradas por «los españoles»; otros escépticos y pesimistas, hablaban de chivaterías del Pataruco con una viuda rica que le nombró su mayordomo y a quien despojara de su hacienda; otros por fin, y eran los menos, atribuían el caso a la laboriosidad del arpista, que de peón de trilla había ascendido virtuosamente hasta la condición de propietario. Pero, por esto o por aquello, lo cierto era que el indio le había echado para siempre «la colcha al arpa» y vivía en Caracas en casa grande, casado con una mujer blanca y fina de la cual tuvo numerosos hijos en cuyos pies no aparecían los formidables juanetes que a él le valieron el sobrenombre de Pataruco.
Uno de sus hijos, Pedro Carlos, heredó la vocación por la música. Temerosa de que el muchacho fuera a salirle arpista, la madre procuró extirparle la afición; pero como el chico la tenía en la sangre y no es cosa hacedera torcer o frustrar las leyes implacables de la naturaleza, la señora se propuso entonces cultivársela y para ello le buscó buenos maestros de piano. Más tarde, cuando ya Pedro, Carlos era un hombrecito, obtuvo del marido que lo enviase a Europa a perfeccionar sus estudios, porque, aunque lo veía bien encaminado y con el gusto depurado en el contacto con lo que ella llamaba la «música fina», no se le quitaba del ánimo maternal y supersticioso el temor de verlo, el día menos pensado, con un arpa en las manos punteando un joropo. De este modo el hijo de Pataruco obtuvo en los grandes centros civilizados del mundo un barniz de cultura que corría pareja con la acción suavizadora y blanqueante del clima sobre el cutis, un tanto revelador de la mezcla de sangre que había en él, y en los centros artísticos que frecuentó con éxito relativo, una conveniente educación musical.
Así, refinado y nutrido de ideas, tornó a la Patria al cabo de algunos años y si en el hogar halló, por fortuna, el puesto vacío que había dejado su padre, en cambio encontró acogida entusiasta y generosa entre sus compatriotas.
Traía en la cabeza un hervidero de grandes propósitos: soñaba con traducir en grandiosas y nuevas armonías la agreste majestad del paisaje vernáculo, lleno de luz gloriosa; la vida impulsiva y dolorosa de la raza que se consume en momentáneos incendios de pasiones violentas y pintorescas, como efímeros castillos de fuegos artificiales, de los cuales a la postre y bien pronto, sólo queda la arboladura lamentable de los fracasos tempranos. Estaba seguro de que iba a crear la música nacional.
Creyó haberlo logrado en unos motivos que compuso y que dio a conocer en un concierto en cuya expectativa las esperanzas de los que estaban ávidos de una manifestación de arte de tal género, cuajaron en prematuros elogios del gran talento musical del compatriota. Pero salieron frustradas las esperanzas: la música de Pedro Carlos era un conglomerado de reminiscencias de los grandes maestros, mezcladas y fundidas con extravagancias de pésimo gusto que, pretendiendo dar la nota típica del colorido local sólo daban la impresión de una mascarada de negros disfrazados de príncipes blondos. Alguien condensó en un sarcasmo brutal, netamente criollo, la decepción sufrida por el público entendido: -Le sale el pataruco; por mucho que se las tape, se le ven las plumas de las patas.
Y la especie, conocida por el músico, le fulminó el entusiasmo que trajera de Europa. Abandonó la música de la cual no toleraba ni que se hablase en su presencia. Pero no cayó en el lugar común de considerarse incomprendido y perseguido por sus coterráneos. El pesimismo que le dejara el fracaso, penetró más hondo en su corazón, hasta las raíces mismas del ser. Se convenció de que en realidad era un músico mediocre, completamente incapacitado para la creación artística, sordo en medio de una naturaleza muda, porque tampoco había que esperar de ésta nada que fuese digno de perdurar en el arte.
Y buscando las causas de su incapacidad husmeó el rastro de la sangre paterna. Allí estaba la razón: estaba hecho de una tosca substancia humana que jamás cristalizaría en la forma delicada y noble del arte, hasta que la obra de los siglos no depurase el grosero barro originario. Poco tiempo después nadie se acordaba de que en él había habido un músico.
Una noche en su hacienda de la Fila de Mariches, a donde había ido a instancias de su madre, a vigilar las faenas de la cogida del café, paseábase bajo los árboles que rodeaban la casa, reflexionando sobre la tragedia muda y terrible que escarbaba en su corazón, como una lepra implacable y tenaz. Las emociones artísticas habían olvidado los senderos de su alma y al recordar sus pasados entusiasmos por la belleza, le parecía que todo aquello había sucedido en otra persona, muerta hacía tiempo, que estaba dentro de la suya emponzoñándole la vida.
Sobre su cabeza, más allá de las copas oscuras de los guamos y de los bucares que abrigaban el cafetal, más allá de las lomas cubiertas de suaves pajonales que coronaban la serranía, la noche constelada se extendía llena de silencio y de serenidad. Abajo alentaba la vida incansable en el rumor monorrítmico de la fronda, en el perenne trabajo de la savia que ignora su propia finalidad sin darse cuenta de lo que corre para componer y sustentar la maravillosa arquitectura del árbol o para retribuir con la dulzura del fruto el melodioso regalo del pájaro; en el impasible reposo de la tierra, preñado de formidables actividades que recorren su círculo de infinitos a través de todas las formas, desde la más humilde hasta las más poderosas. Y el músico pensó en aquella oscura semilla de su raza que estaba en él pudriéndose en un hervidero de anhelos imposibles. ¿Estaría acaso germinando, para dar a su tiempo, algún zazonado fruto imprevisto?
Prestó el oído a los rumores de la noche. De los campos venían ecos de una parranda lejana: entre ratos el viento traía el son quejumbroso de las guitarras de los escogedores. Echó a andar, cerro abajo, hacia el sitio donde resonaban las voces festivas: sentía como si algo más poderoso que su voluntad lo empujara hacia un término imprevisto.
Llegado al rancho del joropo, detúvose en la puerta a contemplar el espectáculo. A la luz mortal de los humosos candiles, envueltos en la polvareda que levantaba el frenético escobilleo del golpe, los peones de la hacienda giraban ebrios de aguardiente, de música y de lujuria. Chicheaban las maracas acompañando el canto dormilón del arpa, entre ratos levantábase la voz destemplada del «cantador» para incrustar un «corrido» dedicado a alguno de los bailadores y a momentos de un silencio lleno de jadeos lúbricos, sucedían de pronto gritos bestiales acompañados de risotadas. Pedro Carlos sintió la voz de la sangre; aquella era su verdad, la inmisericorde verdad de la naturaleza que burla y vence los artificios y las equivocaciones del hombre: él no era sino un arpista, como su padre, como el Pataruco.
Pidió al arpista que le cediera el instrumento y comenzó a puntearlo, como si toda su vida no hubiera hecho otra cosa. Pero los sones que salían ahora de las cuerdas pringosas no eran, como los de antes, rudos, primitivos, saturados de dolorosa desesperación que era un grañido de macho en celo o un grito de animal herido; ahora era una música extraña, pero propia, auténtica, que tenía del paisaje la llameante desolación y de la raza la rabiosa nostalgia del africano que vino en el barco negrero y la melancólica tristeza del indio que vio caer su tierra bajo el imperio del invasor. Y era aquello tan imprevisto que, sin darse cuenta de por qué lo hacían, los bailadores se detuvieron a un mismo tiempo y se quedaron viendo con extrañeza al inusitado arpista. De pronto uno dio un grito: había reconocido en la rara música, nunca oída, el aire de la tierra, y la voz del alma propias. Y a un mismo tiempo, como antes, lanzáronse los bailadores en el frenesí del joropo.
Poco después camino de su casa, Pedro Carlos iba jubiloso, llena el alma de música. Se había encontrado a sí mismo; ya oía la voz de la tierra... En pos de él camina en silencio un peón de la hacienda.
Al fin dijo:
-Don Pedro, ¿cómo se llama ese joropo que usté ha tocao?
-Pataruco.
Abril de 1919.


ANÁLISIS DEL CUENTO PATARUCO

Personaje principal:
El personaje principal de Pataruco, es Pedro Carlos, hijo de Pataruco, un popular arpista indio, y de una mujer blanca y fina. Pedro Carlos fue el único hijo que heredó la vocación por la música de su padre, razón por la cual fue enviado por su madre a Europa, pues esta deseaba evitar que su hijo siguiera los pasos de su padre. Pedro Carlos se sentía identificado con la música, con su formación académica se convirtió en un hombre refinado y nutrido de ideas, puesto que era un muchacho lleno de sueños: soñaba con traducir en grandiosas y nuevas armonías la tosca majestad del paisaje nativo. Estaba seguro de que iba a crear la música nacional. Al verse rechazado por su patria y al no obtener la aceptación que el esperaba, se convirtió en una persona fracasado y mediocre, sin sueños, por lo que decidió alejarse y olvidarse de la música. Hasta que se dio cuenta de que en su sangre llevaba una tosca substancia humana que jamás cristalizaría en la forma delicada y noble del arte; con lo que pudo seguir adelante con aceptación, valentía y sintiéndose orgulloso de su raza y sobre todo sintiéndose orgulloso de su padre.

Personajes secundarios:
Los personajes secundarios del cuento "Pataruco" son:
La madre de Pedro Carlos, una mujer blanca y fina, de muy buena familia
El padre de Pedro Carlos, un arpista indio.

La gente de la hacienda, que eran personas muy alegres las cuales disfrutaban del joropo, fiesta popular en venezuela.

Tema:
El cuento Patatuco, escrito por Rómulo Gallegos pertenece al género narrativo ya que nos relata un hecho o acontecimiento en prosa, pues no utiliza el verso para contar la historia. Este cuento gira en torno a la autenticidad, un problema central tanto en las obras de Rómulo Gallegos como en la narrativa latinoamericana. Como lo afirma la siguiente cita textual en la cual expresa que Pedro Carlos es mestizo y su música incorpora lo indígena, lo africano y lo europeo. “…era una música extraña, pero propia, auténtica, que tenía del paisaje la llameante desolación y de la raza la rabiosa nostalgia del africano que vino en el barco negrero y la melancólica tristeza del indio que vio caer su tierra bajo el imperio del invasor…” Rómulo Gallegos. "Pataruco"

Ideas:
El cuento Pataruco es desarrollado en un escenario de mestizaje, puesto que Pedro Carlos era hijo de Pataruco, un popular arpista indio, y de una mujer blanca. Su madre para evitar que el joven, siguiera las huellas de su padre, lo envía a Europa para estudiar música clásica. El joven al volver de su largo viaje se siente identificado con su Tierra natal y el esfuerzo de su madre por alejarlo de sus raíces resulta vano, puesto que después de haberse tomado un tiempo para rencontrarse consigo mismo, Pedro Carlos, une las diversas influencias recibidas, para crear una música inesperada, extraña pero propia y auténtica, apreciada por el rancho del joropo. Como lo muestra la siguiente cita textual: “…el indio vivía en Caracas en casa grande, casado con una mujer blanca y fina de la cual tuvo numerosos hijos en cuyos pies no aparecían los formidables juanetes que a él le valieron el sobrenombre de Pataruco(…) De pronto uno dio un grito: había reconocido en la rara música, nunca oída, el aire de la tierra, y la voz del alma propias. Y a un mismo tiempo, como antes, lanzáronse los bailadores en el frenesí del joropo.” Rómulo Gallegos. "Pataruco"
Como segundo escenario tenemos la naturaleza y el realismo, pues Gallegos en su obra describe la selva y los llanos conjuntamente con su música, formas de vida, formas de relacionarse e incluso el lenguaje y su forma de expresarse; las tradiciones y costumbres que se las lleva en la sangre, esa sangre que Pedro Carlos siente al oír la música del arpa y reconoce en ella su verdad. Como lo afirma la siguiente cita textual: “Pedro Carlos sintió la voz de la sangre; aquella era su verdad, la inmisericorde verdad de la naturaleza que burla y vence los artificios y las equivocaciones del hombre: él no era sino un arpista, como su padre, como el Pataruco". Rómulo Gallegos. "Pataruco"

Espacio:
Esta historia se desarrolla en un espacio abierto específicamente en Venezuela, Caracas en Fila de Mariches, en donde vivían personas llenas de costumbres y tradiciones, las cuales demostraban a través del joropo, música y danza popular de Venezuela, realizada especialmente en la época de la cosecha del café pues llegaban las romerías y las noches de la Fila comenzaban a alegrarse con el son de las guitarras y con el ruido de las fiestas. Como lo indica la siguiente cita textual: “Pataruco era el mejor arpista de la Fila de Mariches. Nadie como él sabía puntear un joropo, ni nadie darle tan sabrosa cadencia al canto de un pasaje, ese canto lleno de melancolía de la música vernácula. Tocaba con sentimiento, compenetrado en el alma del aire que arrancaba a las cuerdas grasientas sus dedos virtuosos, retorciéndose en la jubilosa embriaguez del escobillao del golpe aragüeño.” Rómulo Gallegos. "Pataruco".

Secuencia narrativa:
La secuencia narrativa de el cuento es lineal pues relata la historia en una misma secuencia y en un mismo tiempo. El tipo de narrador que se presenta en este relato es omnisciente puesto que la persona que cuenta la historia tiene conocimiento total y absoluto de los hechos. Sabe lo que piensan y sienten los personajes, es decir lo sabe todo y está en todas partes. Como lo muestra la siguiente cita textual: “Poco después camino de su casa, Pedro Carlos iba jubiloso, llena el alma de música. Se había encontrado a sí mismo; ya oía la voz de la tierra... En pos de él camina en silencio un peón de la hacienda. Al fin dijo: -Don Pedro, ¿cómo se llama ese joropo que usté ha tocao? -Pataruco.” Rómulo Gallegos. "Pataruco"

Ámbito:
En el cuento Pataruco, la ideología más notable es la necesidad de recuperar los valores culturales venezolanos, como expresó Rómulo Gallegos en uno de sus artículos en 1912, puesto que en el cuento muestra las tradiciones, costumbres, y el lenguaje, propio y autentico tomado del habla popular; además presenta a través del cuento uno de los problemas de la realidad nacional como era el mestizaje. Como lo muestra la siguiente cita textual: "Y era aquello tan imprevisto que, sin darse cuenta de por qué lo hacían, los bailadores se detuvieron a un mismo tiempo y se quedaron viendo con extrañeza al inusitado arpista. De pronto uno dio un grito: había reconocido en la rara música, nunca oída, el aire de la tierra, y la voz del alma propias. Y a un mismo tiempo, como antes, lanzáronse los bailadores en el frenesí del joropo." Rómulo Gallegos. "Pataruco".

Conclusión:
Como conclusión de este relato podemos decir que el autor mediante esta obra quiso mostrar la realidad de las personas en Venezuela, y darnos a conocer un poco más acerca de sus pueblos con sus costumbres, tradiciones y, que podamos conocer e imaginar cuan bello es el país venezolano con su flora y fauna muy diversa; y como aporte personal podemos decir que debemos defender nuestra cultura, nuestras tradiciones y costumbres, pues eso es lo que nos identifica y nos hace diferentes a los demás, por otra parte no debemos dejar que nada ni nadie opaque nuestras raíces, debemos sentirnos orgullosos de ser lo que somos y hacer lo que nos gusta, sin importar el que dirán.


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